domingo, 27 de diciembre de 2020

A vueltas (una vez más) con la pintura. Por Luis Francisco Pérez

 

A vueltas (una vez más) con la pintura
Alfonso Albacete (Galería Marlborough)
José Manuel Broto (Galería Fernández-Braso)
Jacobo Gavira (Casa de Guadalajara)
Juan Giralt (Galería Cayón)
Eduardo Vega de Seoane (Galería Luis Burgos)
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El año del confinamiento involuntario se despide en Madrid con un grupo de muestras donde la pintura es “el único argumento de la obra”, y por citar el último verso de un poema muy bello (y muy “pictórico”) de Gil de Biedma. Y es precisamente esa cualidad de amor a la pintura, a su práctica tanto como a su análisis y contemplación, lo que me ha decidido a unir en un mismo comentario el trabajo de unos pintores que, por esos extraños dibujos que en ocasiones traza el azar y la causalidad, se encuentran actualmente exponiendo en esta ciudad. Tres de ellos pertenecen a la misma generación (Broto, Albacete y Vega de Seoane, años 50), siendo Juan Giralt el mayor de ellos (nacido en 1940 y fallecido en el 2007), y Jacabo Gavira, de la quinta de 1970, el más joven del grupo. Pero más allá de la relativa cercanía de sus fechas de nacimiento -en la década de 1990, y por aquello de mejor argumentar la cuestión generacional, los cinco se encontraban trabajando plenamente en sus respectivos intereses creativos-, insisto que lo que realmente les une, y por delante de cualquier otra consideración, es la misma y apasionada defensa de la pintura como lenguaje de expresión y conocimiento, como partícipes de una germanía susceptible de estructurar territorios de variada y compleja gestualidad en una afirmativa apuesta por la pintura en tanto que “Idea: Pintura Fuerza”.
Las tres últimas palabras del anterior párrafo no me pertenecen. Fue el título dado por Armando Montesinos a la muestra que comisarió en el Palacio de Velázquez de Madrid durante el invierno del 2013. En la misma se mostraba el trabajo de cinco pintores, entre ellos Alfonso Albacete. En realidad, dicha expresión –“Idea: Pintura Fuerza”- tampoco es de su autoría, sino que aparece en un escrito de José Luis Brea publicado en 1983 en la efímera revista “Comercial de la Pintura”. La cita de Montesinos, entonces, es un sentido homenaje a Brea (íntimo amigo suyo muerto tres años antes) a la vez que un inteligente y válido punto de apoyo para defender las tesis de la exposición por él organizada. Pues bien, interesado por mi parte en seguir manteniendo activa esta correa de transmisión de una parte de la pintura española desde la década de los ochenta, al menos desde el recuerdo y la memoria, utilizo la misma expresión para “enmarcar” (iluminar, focalizar, alumbrar en la medida de nuestra capacidad) la obra de estos pintores, que desde la singularidad del propio discurso, organizan su universo expresivo y auto-reflexivo desde un interior de formas y contenidos reunidos en un mismo plano pictórico. Elementos que estructuran (en su acepción arquitectónica) diferentes lenguajes donde “abstracción” y “figuración” (las comillas en este caso sirven como “distanciamiento brechtiano”) se diría estar interesados, en mayor o menor grado de inflexión o énfasis, en la creación de una “tercera vía” a la que se invita al espectador a participar en la conquista de un nuevo territorio pictórico híbrido, y donde la expresión de ideas (abstractas) y emociones (figurativas) puedan establecer una nueva dimensión de lo que, en puridad, es toda “pintura”: la expresión de ideas y emociones en un “decir” visual de dos dimensiones.
Comencemos, nobleza obliga, por quien ya no se encuentra entre nosotros, Juan Giralt –y digamos que la actual muestra en la Galería Cayón es mejor que la “antológica” (el significado de algunas palabras puede estar peligrosamente equivocado) que hace cinco años tuvo lugar en el Reina Sofía, con lo cual se demuestra que para según qué hechos el tamaño nada importa. Pues bien, si por algo se puede calificar de “híbrida” la pintura de este artista es precisamente por la unión (muy natural, nada forzada) entre abstracción y figuración en un mismo territorio de signo y señal, manifestándose como una muy reconocible “marca de la casa”. Es más: hay siempre una descentralización de “lo referencial” que es precisamente lo que mantiene alerta la tensión entre las diferentes partes o secciones.
Las pinturas en papel que presenta José Manuel Broto se puede afirmar que son una inteligente y sugerente continuación de su discurso pictórico desde la década de los 80. Ocurre que la obra de todo artista que nos interese (o que haya dejado de gustarnos) “cambia” en cada nueva aproximación a ella. Es posible que en falsa apreciación no se manifieste una determinada novedad o transformación, pero el que sí “evoluciona” (en su sentido ontológico) es el dueño de esa mirada externa capaz de ver las sutiles diferencias de aquello que “cambia sin cambiar”. Y esta paradoja (también el espectador puede “crear” a su manera) es lo que me ocurrió viendo estos trabajos, y hacía muchos años, más de una década, que no veía pintura de Broto “en vivo y en directo”. Y al encontrarme de nuevo con ella he podido comprobar que ahí siguen estando presentes las evocaciones gestuales de antaño, las sofisticadas sugerencias abstractas de épocas pasadas, los reconocibles rasgos abstractos y vitales de un pasado juvenil…
Yo siempre he considerado que la pintura de Alfonso Albacete es como un complejo caleidoscopio donde objetos, colores (que también son “objetos”) y formas se multiplican y organizan simétricamente al ir girando el dispositivo mientras te “obliga” a mirar desde el punto y ángulo que él te dice que has de contemplar el cuadro. La pintura de este artista es profundamente “racional”, como una casa perfectamente organizada, pero al igual que sucede en toda “casa” muy bien ordenada también hay habitaciones de inquietante presencia, zonas “asalvajadas” y poco familiares, rincones que parecen haber sido dejados en barbecho, pasillos de incierto tránsito. Pues bien, todo ello está magníficamente mostrado en la soberbia exposición que ahora está en la Galería Marlborough, donde los conocidos juegos de planos de su pintura se modifican continuamente a la manera, insisto, de un raro caleidoscopio pictórico, como si toda esta excelente pintura se transfigurase en los lujuriosos haces de luz que surgen de las vidrieras de las catedrales.
La pintura de Eduardo Vega de Seoane posee una cualidad “espacial” que le acerca en la utilización de la luz y el color a creadores como James Turrell y Dan Flavin, en lo que podemos calificar de una “desintegración” pictórica de los “ambientes” de Turrell o los neones de Flavin. Toda la refinada caligrafía de signo, rasgo y gesto que contemplamos en sus pinturas -y que en ocasiones remite a una consideración oriental del vacío y el silencio, como si fueran haikus visuales- parece flotar buscando con cierta desesperación un imposible punto de apoyo de esa caligrafía que, por ella misma, es puro espacio dotado de la sonoridad visual de una partitura musical, y donde la “organización” de esa partitura (el plano pictórico) es mucho más rigurosa de lo que pudiera parecer en la visión apresurada de unas telas que, en puridad, son “paredes” donde su autor despliega grafitis que en realidad son paisajes. O “habitaciones” donde se escriben fragmentos y jirones de poemas, algo así como Emily Dickinson cambiando la pluma por el pincel.
Es obvio (aparentemente “obvio” pero las cosas no suelen ser tan sencillas y taxativas) que la pintura de Jacobo Gavira es la más “figurativa” entre las obras de los artistas aquí citados, pero en cualquier caso pienso que su pintura está más cercana a una retratística –neutra, abstracta y sofisticadamente “primitiva”- de una cierta idea de la condición humana que de una simple y limitadora cualidad figurativa o representacional, siendo estas calificaciones válidas pero con ciertos reparos semánticos. Ello se puede constatar muy bien en el generoso y muy bien organizado panorama que de su obra, desde los 90 hasta el presente, se puede visitar en los amplios y sugerentes salones de la Casa de Guadalajara en Madrid, pues la existencia de una tensión dialéctica entre abstracción y figura recorre transversalmente todas las etapas de la obra del artista, como se puede comprobar en el estupendo montaje que Gavira ha realizado de tres décadas de su trabajo. Y es más: el montaje permite “visualizar” gran parte (por no decir todas) de las corrientes pictóricas que se “expresaron” en la pintura española desde finales de los 80.
Así pues… “Pintura: Idea Fuerza"

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